Registro Cotidiano

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El fondo de los ojos

October 21, 2021 by Sidney Marrero Albaladejo

Cada vez que se miraba los ojos pequeños y oscuros se preguntaba qué tenían adentro. Se llevaba a la cara el espejo de mano que siempre tenía en la cartera y se estiraba los párpados con el índice y el pulgar para buscar el color exacto. Cuando eso no le bastaba, cuando necesitaba ver más profundo, se encerraba en algún baño, sacaba su linterna pequeña y los examinaba con una curiosidad desgarrante. En el fondo lograba ver dos terrenos de tierra rojiza, marcados con líneas que la hacían pensar en la arena cuando le soplaba el viento a la orilla de la playa. Después se le distorsionaba la vista por tanta luz y solo veía puntos brillantes que la hacían dudar nuevamente del arreglo de sus ojos. Guardaba la linterna y volvía a recordar que estaba cansada, pero hoy había dejado una nota sobre la mesa. 

No volvieron a saber más de ella. 

October 21, 2021 /Sidney Marrero Albaladejo
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Taro Bubble Tea

October 13, 2021 by Sidney Marrero Albaladejo

El día que probó el bubble tea de taro por primera vez, quiso saber también cómo se sentiría si se lo derramaba en la piel. Se imaginó dentro de la ducha, echándoselo entre las tetas y la corriente fría color lavanda bajándole por la barriga. Lo vio salir de un vaso infinito como cascada que desembocaba en su cabeza y lo sintió hacer caminos dentro de su pelo. Quiso llenarse la boca tanto que se le desbordara por las comisuras y le resbalara por el cuello. La invadió el impulso insoportable de querer atrapar todas las tapiocas dentro de un puño, restregárselas en la cara y después lamerse los dedos. Hasta que se encontró de vuelta sola en la mesa para dos cubierta de un aire extraño de complicidad. Ahí fue que notó la gota violeta que reposaba gorda y serena sobre su mano izquierda. Examinó las mesas llenas de personas a su alrededor y cuando confirmó que su presencia era inadvertida, se llevó la mano a los labios y se limpió la gota con la lengua.

October 13, 2021 /Sidney Marrero Albaladejo
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Prank Calls (Número desconocido)

September 06, 2021 by Sidney Marrero Albaladejo

Parte 1

Estaba viendo un episodio de alguna serie cuando se me ocurrió la idea de hacer algo inesperado.  El país lleva mes y medio en cuarentena por pandemia y yo 36 horas frente al televisor por su gran capacidad para la hipnosis.  Pero quizás no todo está perdido.  En el episodio que estaba viendo varios personajes estaban haciendo prank calls. Me imaginé haciendo una llamada de esas y me puse nerviosa nada más de pensarlo. No soy muy buena, pierdo la compostura, me lo tomo muy personal.  Cuando pequeña recuerdo que era diferente y me atreví a llamar a varios muchachos que me gustaban sin que me conocieran. Lo único que hacía cuando contestaban el teléfono era preguntar por alguien que sabía que no existía. Todo eso solo para tener tres segundos de interacción.  Ahora que lo pienso mejor, eso ni siquiera eran bromas.  Una broma es llamar y decir que estás vendiendo juguetes sexuales o algo así.  Mi concepto de bromas telefónicas es muy limitado.  Pasé los próximos 10 minutos convenciéndome de que un prank call era todo lo que tenía que hacer para salirme de mi comfort zone.  Yo nunca llamaría a alguien a las 3 de la mañana para una payasada, así que precisamente por eso debía hacerlo esta próxima madrugada.

Tenía que ingeniar cuál sería la broma y a quién se la iba a hacer.  Pensaría que este proceso sería bastante fácil y que pudiera simplemente llamar a alguien bastante conocido, pero no me atrevía llamar a absolutamente nadie. Al final decidí mejor no planificar nada. Tenía la sensación de que podía hacer cualquier cosa, que el mundo estaba a mi descabellada disposición si así lo quería.  ¿Por qué no llamar a un (des)conocido a las 3 de la mañana?

Apagué el televisor antes de que se me ocurriera otra idea y me fui a dormir.  Puse una alarma para las 2:57am.  A las 2:58am abrí los contactos en mi celular con un cosquilleo en el pecho.  Deslicé el pulgar hacia arriba y los nombres empezaron a rodar.  Lo detuve al azar como en juego de máquina tragamoneda y el nombre de Ricardo quedó pinchado debajo de mi pulgar.  Ricardo suele poner videos de las explosiones de sus montajes de escombros con bombas caseras en sus stories de Instagram.  Por ahí mismo he visto que tiene un caballo color marrón chocolate al que le gusta llevar a algún río en los atardeceres. Es flaco de cara aindiada y pelo negro lacio que le llega a los cachetes. Creo que lo conocí en Río Piedras, pero no recuerdo cómo es que tengo su numero.  Empezaba con 939.  A las 3 en punto presioné el nombre y me lleve el teléfono al oído.

Parte 2

El teléfono sonó tres veces.

“Buenas tardes.” Contestó la voz.

“Hola señor Ricardo.  Mi nombre es Haydee Nieves y trabajo para Thicc Romance.  Una persona allegada a usted se deleita con nuestros productos y me refirió su contacto.  Piensa que a usted le pudieran interesar nuestros productos y servicios.  ¿Le gustaría conocer nuestras ofertas?”  Se tardó un poco en contestar y en ese espacio noté mi estómago revuelto.

“Ok suena bien.  Pero dime, ¿qué lubricantes tienen?”

“Eh..sí como no.  Ok señor Ricardo… Para empezar tenemos una gran gama de dildos, todos bien thicc, ese es nuestro compromiso.  Con su primera compra le regalamos dos DVD’s con los mejores momentos de las mejores estrellas de nuestro estudio.  También incluímos un cinquillo de peri… ¡¡Ajajajajajajaja!!”

No pude, no pude más.  Mardita sea cuando se me ocurrió involucrar el perico en el momento en que necesitaba mi seriedad.  Esa palabra siempre me da risa.  Me reí a boca suelta sentada en la cama.  Había bajado la mano que sujetaba el teléfono y ya no lo tenía en el oído.  Cuando me recuperé pensé que seguramente Ricardo ya había enganchado, pero cuando miré la pantalla la llamada todavía estaba corriendo.  ¿Y ahora qué? ¿Enganchaba yo?  Me llevé el teléfono otra vez al oído y dije hello.

“Sabía que ibas a flaquear.  Y no me contestaste lo de los lubricantes, estaba bien interesado.  Lo del perico estuvo bueno.” Escuché su risa por el teléfono y me reí también.  Ya te dije, esa palabra me descontrola.  Y no es ni porque lo huelo, porque no lo huelo.  Es simplemente una cuestión de fonética.

“Lo sé, pero está bien, lo que importa es que lo hice.”

“¿Te están pagando por hacer esto?”

“No, pero lo tenía que hacer.”

“Bueno pues excelente servicio.  Nos vemos entonces.”

“¿Qué haces?”

“Voy a colgar.”

“Me refiero a qué hacías antes de que te llamara.  No suenas dormido.  De hecho suenas inusualmente alerta para la hora.”

“Me estaba preparando para salir.”

“Oh… ok… pero hay toque de queda.”

“Eso quizás es allá donde tu vives, acá no hay policías.”

“¿Y a dónde es que vas?”

“Por supuesto que no te voy a decir.”

“Ok.”

“Ahora sí me tengo que ir.”

“Ok bye.” 

Parte 3

Al otro día lo volví a llamar a las 3 de la mañana.  El teléfono sonó tres veces.  

“Cuartel general, ¿cuál es la emergencia?”  Contestó una voz bastante diferente a la de ayer.  Me dio una punzada en el pecho y miré rápido la pantalla del celular.  En efecto, estaba llamando a Ricardo y el mambo llevaba corriendo 4 segundos.  Pensé en colgar.

“Sí…um… Estoy llamando porque sé de alguien que está violentando el toque de queda y está saliendo de noche tarde a estar por ahí.”  Una ola de risa quiso pasarme por encima, pero me pinché duro con los dientes la parte interior de mi labio inferior.  Cuando de verdad no me quiero reír hago ese truco y casi siempre funciona. Excepto… bueno.

“¿Conoce los detalles de la persona?”  

“Se llama Ricardo Roble, vive al lado de mis abuelos en el sector Los Bravos.  Sale de madrugada con un bulto que se ve pesado y siempre va vestido de negro.”

“¿A qué hora de la madrugada?”

“Tres.”

“¿Cuán frecuente?”

“Todas las noches.”

“¿Y cómo se llama usted?”

“...Haydee.”

“Ok Haydee, voy a enviar una patrulla a rondar por el área, quédese tranquila, buenas noches.”

“Muchas gracias.”  Silencio por varios segundos.

“¿A dónde saliste anoche?”  Tan pronto hice la pregunta lo escuché reírse.

“¿De verdad me vas a denunciar?” Volvió a reírse.  Era una carcajada ligera y genuina.  

“No.”  Le dije y me reí yo también.

“No sé me dio curiosidad, ¿qué hace alguien por ahí tarde en la noche, en medio de una pandemia, en cuarentena, con toque de queda?”

“¿No sales de tu casa?”

“Bueno sí, pero por el día, cuando se puede.”

“Pues yo salgo por la noche y también se puede.”

“¿Me vas a decir?”

“Fui a caminar por ahí.  El ritual satánico de esta semana se movió para otro tránsito más favorable.  De todos modos no encontramos un bebé.”

“Ugh, no pensaba que se estaban haciendo a estas alturas, voy a tener que llamar al cuartel de nuevo.”

“Jaja a eso sí que no le hacen caso.”

“La verdad es que me da mucha curiosidad salir a estas horas y pasear por ahí, mirar cómo se ve un país desértico.  Pero soy muy pendeja, sé que no lo voy a hacer.”  Ricardo no dijo nada.

“Acaba de empezar a llover fuerte.  He estado loca por mojarme en la lluvia, pero no así.”

“¿Y qué pasa? Sal y mójate, la lluvia es ahora.  A que no lo haces.”

“Ahora no.”

“Pues entonces no vas a dejar de ser pendeja y tampoco vas a romper el toque de queda.”  Con eso último que dijo se me fue rodando otra canica dentro del cerebro y sentí el impulso latente de salir a mojarme en esa lluvia fuerte y fría.

“Ok voy a hacerlo.”  Terminé la llamada y salí de la cama a buscar una toalla.  La dejé tendida sobre una silla y salí al patio de mi casa, de cara a la lluvia.  Me mojé hasta que toda la ropa se volvió pesada y se me quedó pegada a la piel.  Cuando volví a entrar a la casa me quité todo y me sequé.  Me tiré en la cama y caí rendida entre el calor que quedaba en las sábanas.

Parte 4

Me quedé pensando en aquel aguacero y su efecto por varios días.  El agua helada me cayó como rayo y cuando encontré el calor entre mis sábanas caí en un sueño profundo que me llevó tranquilamente hasta la mañana.  Después de que hablé con Ricardo esa noche, no lo he vuelto a llamar.  Tampoco ha vuelto a llover.  No he hecho mucho más allá de mi rutina casi hipnótica, pero hoy decidí empezar un diario.  Por eso de no volverme loca por estar viendo tanto el televisor.  Como me encanta el condenao, pero después de esa última ideíta de llamar a un extraño a las tres de la mañana me empezó a dar un poco de susto que se me fuera a ocurrir otra parecida por estar viéndolo tanto rato.  Aunque no resultó ser tan mala.  Yo no sé qué fue pero después de aquel chapuzón no me siento tan igual.  Siento que camino diferente, como si algo se hubiese aflojado y creo que me gusta.  Siempre he pensado que soy una pendeja.  Espera no, es mejor que no diga eso más, estoy empezando a sospechar que no es cierto.

Hoy no he visto televisión.  Me puse a recoger el cuarto extra que tengo en la casa.  Pensé que sería bueno tener otro espacio para estar y escribir en el diario.  La cuarentena la extendieron un mes más así que mejor me invento algo que carajo.  En la habitación estaba el escritorio de la universidad que hacía un año que no veía porque ya me gradué.  Lo limpié y boté un chorrete de papeles y porquerías.  Ahora que todo se veía mucho mejor me sentía más clara.  Encontré tape en una de las gavetas y se me ocurrió que después pudiera pegar algunas fotos en las paredes.  

En la noche me senté en el escritorio con un deck de cartas de casino.  Abrí mi laptop y en duckduckgo pregunté cómo jugar solitaria.  Desde pequeña veía como mis tíos jugaban en la computadora y cuando ganaban todas las cartas salían propulsadas en diferentes direcciones como slinkies.  Cuando me sentaba a intentarlo no entendía nada y ver las cartas volverse locas de victoria no resultaba tan fácil como lo hacían ver mis tíos en casa de abuela.  Hoy siento que todo es muy distinto y que las cartas sí van a saltar.

Las instrucciones del juego parecían simples.  Acomodé las cartas en su debida configuración  y por unos minutos todo parecía ir bien.  Hasta que ya no supe qué más hacer.  Seguía sacando cartas de tres en tres una y otra vez.  Abajo en las columnas de orden inquebrantable no podía mover nada más.  Las cartas que sí podía usar eran las segundas que me salían en el desfile de tres y solo podía llegar a ellas si usaba la primera.  Pero nada encajaba con nada.  Seguí cogiendo las mismas cartas de tres en tres cada vez un poco más rápido, un poco más desesperada, un poco más incrédula.  En ese momento bien pude haber tenido seis años otra vez, porque me sentí exactamente igual.  Era la misma confusión.  No lo podía creer, pensaba que ya de adulta iba a ser fácil.  Dejé de coger cartas y me quedé en blanco.  Hasta que pensé que, después de todo, las cartas no iban a saltar porque una vez más no estaba encontrando la manera de ganar.  

¿Y si las hago saltar de todos modos? Las recojo y las tiro como confetti que se joda.  Aunque el reguero después… recoger cartas del piso… 

Me levanté y tiré las cartas hacia arriba como confetti.  Las sentí rozar mi cabeza y las vi esparcirse por todos lados.  Reuní las que estaban más cerca de mí y las volví a tirar y a tirar.  Fui consciente en todo momento de que algo dentro de mí ya no era igual.  Era como si de alguna pequeñísima manera me estuviera posicionando en otro ángulo ante mi universo.  Con una nueva disposición a afrontar mis propias experiencias y romper mínimamente con la parálisis que a veces no me deja respirar.  Mi vida me ha llevado hasta este momento, hasta este cuarto de mi apartamento en el que trato de aprender a jugar solitaria de una vez y por todas como un aparente acto de redención.  Para luego sentir una frustración que justo antes de volverse asfixiante se decantó en un impulso masivo de tirar las cartas al aire.  Seguido por la pesadez de pensar en las consecuencias, hasta de alguna manera desembocar en la más clara revelación de que simplemente hiciera lo que me diera la gana.  Eso era todo lo que tenía que hacer y así fue.

Después de que me cansé de tirar las cartas al aire me quedé mirando el desorden a mi alrededor un rato.  Con la mente en blanco empecé a trazar líneas imaginarias entre carta y carta hasta darme cuenta de que estaba haciendo lo mismo que hago cuando miro las estrellas.  Involuntariamente empiezo a trazar mis propias constelaciones y puedo estar horas mirándolas en la paz del presente.  Me levanté y me asomé por el balcón para mirar el cielo.  Me volví a acordar de Ricardo y pensé en llamarlo más tarde.  Miré el reloj y eran las nueve de la noche.  Concluí que era muy temprano todavía y regresé al cuarto.  Al final, recoger las cartas del piso no estuvo tan mal como lo había anticipado. 


Parte 5

Al rato después de mi fiasco con las cartas me fui a dormir.  Sin el televisor y sin más quehaceres por lo que restaba de día, de momento me empecé a sentir como en un lapso de tiempo vacío.  Como si hubiese llegado a la entrada de algún territorio desconocido, pero no quise indagar y decidí irme a acostar.  Antes de irme a la cama me di un baño largo.  Me bañé con agua caliente primero y cuando terminé todo fui alternando la temperatura hasta que el agua terminó por salir totalmente fría.  Me dejé arropar enteramente y a los segundos sentí mi cuerpo temblar.  Con los ojos cerrados apreté mis brazos contra mi pecho.  Mi respiración se volvió profunda y permanecí así, suspendida en otro espacio.  Cambié otra vez gradualmente al agua caliente y sentí una inmensa sensación de alivio; tanto alivio que bajé la guardia y me entró un pensamiento.  Ahí fue que me di cuenta de que debajo del agua fría encontré algo que no sabía que estaba buscando.  Cambié por última vez al agua fría y ahí me quedé unos minutos desconectada de mi mente.  Así mismo me tiré a la cama a dormir.  Desperté en algún momento de la madrugada y di varias vueltas entre las sábanas hasta sacudir el sueño que me quedaba.  Me resigné a quedarme despierta y miré la hora en el celular.  Eran las 2:40 am.   Por supuesto que iba a llamar a Ricardo.

Marqué su número a las tres de la mañana pensando que a lo mejor esta vez no iba a contestar.

“Flor de junio dígame su orden”.  Me dijo la voz inerte y algo dentro de mí hizo snap.

“¡Uuuh! Voy a querer un Hot Roll, un Philadelphia Roll, un Crazy Roll, un Spicy Salmon Roll, un arroz mediano y un mofongo con carne frita por favor.”  Dije quizás un poco muy entusiasmada.  Al otro lado Ricardo se quedó callado por varios segundos.

“...Ok, ¿algo más en su orden? ¿Unos Spring Rolls?

“No está bien, gracias.”

“¿Algo de tomar?”

“Una Medalla.”

“Ok, ¿algo más? ¿Sopa de miso?”

“Sí suena bien.”

“Ook serían $59.67.  ¿A nombre de quién?”

“De Haydee.”

“Puedes pasar dentro de 25 minutos gracias.”  Y luego un breve silencio.

“Tú no te comes todo eso.”  Me dijo con voz de sonrisa.

“En medio día sí.  Eso fue lo que me pedí el día que me llegó el desempleo.  Bueno sin la sopa.  Esa me la vendiste.”

“Wow, ¿quién eres y qué quieres?”  Se oía como incrédulo, pero era la verdad.  Me comí ese banquete yo sola y me lo comería cien veces más.

“Me desperté sin sueño y pensé en saludarte.  Para ser sincera estaba esperando que no contestaras, pero aquí estamos y suenas inusualmente alerta otra vez.  Estoy empezando a pensar que no duermes.”

“Duermo, pero tengo un horario un poco diferente que ha hecho que tengas suerte con estas llamadas.”

“¿Duermes de día y estás despierto de noche?  Tengo un abuelo que hace eso.”

“No necesariamente.  Limito mis intervalos de sueño a cuatro horas.  Usualmente paso como ocho horas despierto y luego duermo un poco.  Soy bastante flexible con eso, todo depende de lo que esté haciendo.”

“¿Y qué haces?”

“Terminé de hacer unos handstands hace poco.  Iba a hacer unos ejercicios de respiración después.”

“¿Siempre haces ejercicio a esta hora?”

“Si estoy despierto sí.”

“¿Y nada más?”

“Bueno y lo que se me ocurra.  ¿Por qué me llamas a esta hora?”

“Ya es tradición.  Eso sí, no pensé que fuera a ser esta noche.  Me acosté a dormir horita pensando que despertaría en la mañana pero pues…”

“Ok, ¿y las otras veces?”

“Aaah eso es un cuento largo, mejor déjate llevar.”

“....Ok…”

“¿Tú sabes jugar solitaria?”

“Sí, es fácil, ¿por qué?”

“Es que anoche estaba tratando de jugar después de muchos años y me seguía quedando estancada sin poder mover ninguna carta.  Creo que debo estar haciendo la estrategia mal porque mucha gente gana y no entiendo.  Mis tíos lo jugaban a cada rato en la computadora cuando era pequeña y siempre ganaban.”

“Sí sé cuál dices.  Yo jugaba ese mismo y siempre ganaba.”

“¡Agh! ¿Tú también? No puedo creerlo, no entiendo”

“¿Estabas sacando las cartas de arriba de tres en tres o de dos en dos?”

“....de tres en tres…”

“A lo mejor si las sacabas de dos en dos te resultaba más fácil.”

“¿Y eso se puede?”

“Sí.”

“Joder, eso era todo lo que necesitaba.  Siempre era la segunda carta la que podía mover.”

“Ya sabes.”

“No vi eso en las instrucciones.”

“En la computadora es un setting que puedes cambiar.”

“Estaba jugando con cartas de verdad.  Que terminaron volando por cierto.”

“¿Cómo que volando?”

“Que las tiré, las tiré todas al aire.”

“¿Te volviste loca?”

“Probablemente.  ¿Te acuerdas de la última vez que te llamé? Que había empezado a llover.”

“Sí me acuerdo.  ¿Qué hiciste? ¿Saliste a  mojarte?”

“Pues sí, creo que ahí fue que me empecé a volver loca.  Desde ese entonces me siento diferente, no sé bien cómo explicarlo todavía.”

“Hm… Tenía una maestra de tai chi que me decía que cómo haces algo así haces todo.  A lo mejor el haber hecho algo de una manera tan distinta se está empezando a reflejar en otras cosas.”

“A lo mejor… tiene sentido.  ¿Así que practicas tai chi?”

“Hace un tiempo.  Ya se me olvidaron muchas cosas.  Lo que sigo practicando son los estiramientos.  Tengo muchos ejercicios que me gustan hacer.”

“A mí no me gusta el dolor del ejercicio, me desespera.  La idea de hacerlo sí me llama la atención.  Juego mucho con las ideas.”

“Simplemente tienes que hacerlo y buscar una manera de que sea más llevadero.  En mi caso es mantener la mente lo más en blanco posible y estar en el presente, en donde quizás sientes dolor, pero no sufrimiento.”

“Interesante…suenas como una especie de monje.... ¿Lo eres?”

“Yo pensaba que sabías.  Después de todo, eres tú la que has estado llamando.  Que por cierto, ¿cómo tienes mi número? ¿Nos hemos conocido?”

“No estoy segura.  ¿No crees que es más divertido no saber?”

“Supongo…”  

No supe qué más decir y me quedé en silencio.  Desde su lado del teléfono no podía distinguir ningún sonido particular.

“Me tengo que ir.”

“Ok, adiós.”

No escuché ninguna respuesta y cuando miré la pantalla del celular vi que había colgado.  Así que entonces podía sacar las cartas de dos en dos… decidí intentarlo una vez más cuando amaneciera.


Parte 6

Aquella mañana que me senté a practicar solitaria gané en el primer intento.  Gané también el segundo y el tercero.  En la cuarta ronda se me volvió a trancar el bolo.  Aun así, sacar las cartas de dos en dos lo hacía mucho más manejable, tal como lo había dicho Ricardo.  Aprendí que aparentemente existen probabilidades de que el juego no tenga solución, pero tres victorias fueron suficientes para restaurar mi confianza. 

Pasé los meses sin ver televisión y cada vez que llovía salía afuera a mojarme hasta que se volvió casi una reacción automática.  Seguí escribiendo en mi diario todos los días y descubrí mucha música que me hizo compañía.  Por las mañanas leía algún libro, en las tardes cocinaba, hacía lo que me daba la gana y por las noches me iba al balcón a ver el cielo.  En las redes sociales me fijé que ya no estaba la cuenta de Ricardo y me dieron ganas de hacer lo mismo con la mía y desaparecerla.  Frecuentemente pensaba en él, pero ya no me encontraba despierta a las tres de la mañana para llamarlo y hacerlo a cualquier otra hora se me hacía extraño.  A las diez de la noche me iba a la cama y me despertaba a las seis de la mañana en un segundo.  Mis días hicieron su propio ritmo con mi nueva disposición y mis nuevas actividades.  De todos modos lo recordaba, específicamente cuando me encontraba debajo de la lluvia.  O cuando se me ocurría hacer cosas que normalmente no pensaría, como rodar por el patio, pintarme la cara como alguna criatura fantástica, o poner música y dar un concierto imaginario trepada en el sofá de la sala con la escoba de guitarra.

Dentro de mi pequeño mundo en cuarentena me encontré con una voluntad firme para expresarme que no tenía antes y que me tomaba de sorpresa casi todos los días.  Se apareció sin duda desde que hablé con Ricardo en medio del encierro y ahora que pensaba todo esto sentía ganas de llamarlo.  Miré el reloj en la pared de la cocina y eran las siete de la noche.  Agarré el teléfono sin pensarlo y presioné su nombre en la pantalla, pero no hubo tono.  Instantáneamente escuché una operadora que anunciaba que el número estaba desconectado.  Miré de vuelta la pantalla incrédula.  Volví a llamar y me encontré con el mismo anuncio, con la misma sensación de barrera inquebrantable.  El número simplemente había sido desconectado. 

Solté el celular y me senté en la mesa.  Ricardo estaba fuera de mi alcance.  Mi cabeza de momento se sentía pesada y no lo podía creer.  Mientras tanto, en la ventana estaba el lagartijo que siempre se asomaba a esta hora.  Me quedé mirándolo y de repente quise estar afuera.  ¿Y si me montaba en el carro y guiaba hasta Rincón?  Mejor no, me tardaría dos horas en llegar, ya era tarde para eso, el toque de queda era hasta las diez de la noche y de seguro me iba a coger de regreso.  “Pues entonces no vas a dejar de ser pendeja”, me dijo la voz de Ricardo y eso fue suficiente.  Cogí las llaves del carro y me fui a Rincón.  Que se joda el toque de queda.

September 06, 2021 /Sidney Marrero Albaladejo
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La carretera de la playa

March 15, 2021 by Sidney Marrero Albaladejo

Acababa de conectarme a jugar Playstation online cuando Silvina se apareció por mi puerta, inquieta y electrificada por su propia energía.  Su presencia en el cuarto traía sensación de tornado.  Silvina es una de mis housemates.

“¡Adán! ¡Vamos a dar una vuelta por la carretera de la playa!”

“Estoy jugando online, no puedo ahora.” Le dije con la mirada de vuelta al televisor.

“Adán dale dale dale por favor”  Me dijo mientras se movía como un resorte, apoyándose sobre los falanges de sus pies.  Tengo que admitir que Silvina a veces tiene el comportamiento más aleatorio de todas las personas que conozco.

“Cabrona que no voy a salir, estoy online.  Dile a Kiara.”

“Quiero ir en tu carro y Kiara no está aquí.”

“Pues ve tú, te lo presto.”

“Cabrón te pago, solo necesito que pasemos por esa calle.”

Me imaginé que podía terminar en esto.  Cuando le da un culillo con hacer algo mueve el cielo y el mar.  Hace unas semanas pasó una escena similar y terminó dándome $15 para que la llevara a buscar no sé qué a la casa de alguien.  Quizás sueno como un monstruo por haber aceptado su dinero, pero aquella vez eran casi las 2am y estaba por irme a dormir.  Hice un análisis rápido de mi estado actual.  No me quedaba mucho dinero en la cuenta y el carro tenía menos de un cuarto de gasolina.  Si hacía lo que Silvina quería, podía echarle algo al tanque del carro y pasar la semana. 

“Está bien.  Pero estás del carajo Silvina, de verdad que no quería salir.”  

Hizo un bailecito y desapareció de la puerta.  Estaba casi seguro de que quería pasar por la carretera de la playa en mi carro para salirse por el sunroof.  Llevaba días diciendo que tenía ganas de hacer eso, pero yo me hacía el loco cada vez que la escuchaba y Kiara no decía nada.  Me puse un mahón y unos tenis.  En el parking ya el carro estaba prendido y ella estaba esperándome dentro. Me monté y salimos en silencio.

Llegamos a la luz que está justo antes de entrar a la carretera. Silvina seguía moviendo su cabeza y sus dedos al ritmo de las canciones que salían en el radio.  Me pregunté qué era lo que la tenía tan inquieta.  Cambió la luz a verde, hice un doblaje a la izquierda y así entramos a la carretera del delirio de mi housemate.  Tan pronto caímos en el carril abrió el sunroof y empezó treparse en el sillón para sacar la mitad de su cuerpo por la capota.  Desde afuera me gritó que subiera el volumen del radio.  El carro del lado le tocó bocina y se adelantó hasta perderse.  Ahora solo quedaba mi carro.  Miré el reloj en el dash y eran las 11:32pm.  Silvina me gritó que acelerara.  El tacómetro marcaba 50 millas, luego 60 millas, 71 millas.  Entonces ahí fue que escuché su grito punzante.  Le di unas palmadas en la pierna y le grité si estaba bien.  La escuché reírse.  La miré rápido por el sunroof y estaba con los brazos extendidos estilo Titanic.  Tenía los ojos cerrados y el viento movía su pelo como una bandera.  Los beats de la música tecno del radio me retumbaban en el pecho.  Volví a escuchar otro grito, esta vez más prolongado y gutural.  Bajé un poco la velocidad y miré hacia la playa que se estrechaba a nuestra derecha.  Solo se veían algunas luces tenues y minúsculas de los botes de los pescadores.  Eché otro vistazo por el sunroof y Silvina seguía con los brazos extendidos.  Noté sus cachetes brillosos y una lágrima gorda que colgaba del filo de su quijada, a punto de empezar a bajarle por el cuello.  Ya había dejado de sonreír y todavía tenía los ojos cerrados.  Regresé los míos a la carretera y vi la luz roja del semáforo al final del camino.  Cuando nos detuvimos Silvina se regresó a su asiento, se limpió la cara con las manos y se acomodó el pelo. Bajé el volumen del radio y me quedé mirando la luz del semáforo. No estaba muy seguro de qué decir.  Cambió la luz y tan pronto arranqué volteó su cara hacia el cristal, viéndolo todo pasar como en un trance.

“¿Te sientes mejor?”  

“Sí…”

“¿Otra vez Daniela te dejó de hablar?”

“Ajá…” Me dijo entre un suspiro largo y abatido.

“Silvina… yo creo que a ti te gusta Daniela y por eso te descontrolas así cada vez que a ella le dan esos yeyos.”

“Fo, no me gusta Daniela, no vuelvas a decir eso.”

“Sabes que eso no tiene nada de malo, ¿verdad?”

“No.Me.Gusta.Daniela.  No me jodas Adán.”  Estaba a punto de llorar otra vez.

“Está bien perdón.  Pero Kiara y yo nos hemos dado cuenta…”

“¿De qué?”

“Nada nada… ¿Quieres una cerveza?”

“Ok…”

Más adelante había un puesto de gasolina y me estacioné en una de las bombas.  Cuando apagué el carro, Silvina se sacó $15 del bolsillo y me los extendió.  Esta vez no los acepté.

March 15, 2021 /Sidney Marrero Albaladejo
El Velorio de Francisco Oller (1893)

El Velorio de Francisco Oller (1893)

El velorio (2014)

November 19, 2020 by Sidney Marrero Albaladejo

Nota preliminar:

Esta historia fue parte de un proyecto especial de una clase de redacción que tomé en el 2014 como requisito de mi bachillerato en la UPRRP. El proyecto consitió en crear una historia que reconstruyera los eventos previos al momento capturado en la pintura El Velorio del artista puertorriqueño Francisco Oller. Mi historia fue seleccionada como una de las más destacadas de la clase y la profesora me exhortó a publicarla, pero lo olvidé. Hace unos días me recordé de este relato y por suerte pude encontrarlo. Aquí lo comparto.

El Velorio

A las dos y nueve minutos de la mañana todo el mundo parecía dormir en el barrio Cibuco de Corozal.  Por allá, cerca del río, estaba la casa de Doña Rafaela, todavía iluminada por una tenue luz en el interior.  Pablo, su hijo de tres años, llevaba varios días en cama y padecía los síntomas de lo que aparentaba ser un mal diabólico.  Ahora se encontraba en un ataque de temblores y ardía de la fiebre; sus trapos blancos chorreaban de sudor.  Doña Rafaela le colocaba paños mojados con agua fría sobre su frente y le cantaba canciones de cuna, suaves y sutiles, casi como un susurro.  No podía evitar que su voz se estremeciera en ocasiones, pues Pablo era su único hijo y a él le entregaba cada día el amor más puro y genuino que haya podido sentir.  Después de haber intentado cuanto remedio proponían sus vecinas, Doña Laura y Doña María, Doña Rafaela sabía que ya no había nada que hacer, si acaso un milagro, y eso, según Padre Ramón, solo lo hacía Dios.  Ahora no le quedaba más que ser la guardiana de los delirios acalorados de su agonizante hijo y asegurarse de que no entrara solo al mundo de los muertos. Cesó de cantar por un momento y miró hacia afuera de la ventana, pero se dio cuenta de que en realidad no estaba mirando hacia un lugar en particular, sino que esa acción era más bien un reflejo de cuando miraba hacia sus adentros, cuando buscaba entre sus recuerdos a Oscar.  Ya habían pasado tres años de aquel repentino encuentro cuyo único rastro fue Pablo, y a este ya no le quedaba mucho tiempo.  La última vez que Doña Rafaela vio a Oscar fue para anunciarle de la vida que llevaba en sus entrañas, la vida que habían formado juntos.  Oscar permaneció en silencio mientras miraba hacia el suelo. Le dijo que lo dejara solo, que necesitaba pensar, y así hizo ella.  Después de ese día nunca más volvió a verlo.  El tiritar de Pablo y un leve quejido la trajeron de vuelta a su realidad, se retiró de la ventana y se dirigió al lecho del infante para cambiarle los paños mojados, cantarle otra canción de cuna y rezarle el primer rosario del día.

Desde lo lejos, vestido de oscuridad abismal y refugiado entre los árboles, Oscar observaba la casa de Doña Rafaela cuando de repente se asomó una silueta por la ventana. Aguzó los ojos, como para enfocar mejor y trazó la figura de Doña Rafaela. No se había olvidado de ella, ni de lo que le dijo aquella noche oscura y desierta como la que los arropaba ahora. No pasaba un día en que no pensara en la criatura que dejó atrás. ¿Cómo se verá? ¿Cómo será el sonido de su voz? ¿Cómo será su llanto?  A pesar de todo, quizás fue lo mejor que hizo, pensó.  No tenía nada que ofrecerle a ese niño, las personas como él no tienen nada que ofrecer, se dijo.  Tampoco se detienen; cuando se tiene ese tipo de vida no se sabe cómo salir y el único remedio es seguir.  Oscar estaba en Corozal de pasada, no acostumbraba frecuentar este pueblo. Fue la conversación de un corozaleño, quien alegaba ser vecino de Doña Rafaela, con un campesino en un pequeño bar de Toa Alta, acerca del mal atroz que amenazaba con acabar la vida de Pablito, lo que lo trajo hasta este lugar.  No necesitó escuchar más, sabía muy bien que hablaban de su hijo.  Pablo, pensó.  Pablo, repitió y se lo guardó en lo profundo de su interior. Esa misma noche recogió un par de accesorios en un saco y se dirigió con su caballo hacia Corozal.  Ahora estaba ahí, a varios metros de la casa en donde agonizaba su hijo, sin saber qué hacer.  Su introspección se detuvo cuando advirtió que la sombra de Doña Rafaela abandonaba la ventana desde donde parecía que lo contemplaba.  Interpretó su gesto como una señal de que él también debía marcharse.  De todos modos, había preparado su caballo, y sus sacos estaban listos para hacer la primera gestión del día, saquear cosechas, su verdadero trabajo, su vida.  La trayectoria le había permitido examinar vagamente los estados de las fincas y sus cosechas y ya tenía su blanco escogido.  Se volteó, y con un brinco, subió a su caballo y se desapareció entre la negrura sin echar un último vistazo a la casa.  Su trabajo en el frondoso campo de plátanos del señor Eladio estaba por comenzar.

Había transcurrido una hora y los temblores de Pablo ya se habían apaciguado. Todavía permanecía con la fiebre alta y sudaba.  Su condición era muy débil, ya no emitía quejidos ni lloraba; al parecer su alma ya estaba empacando todo su bagaje para escaparse como se escapa un gemido.  Doña Rafaela recién había terminado de rezar el rosario y lo observaba, mientras una lágrima le bajaba de su ojo izquierdo, cuando de repente Pablo abrió sus ojos y los dirigió con una mirada extraviada hacia ella.  Esta se desbordó en mimos y palabras de amor, pero Pablo volvió a cerrarlos.  Su respiración se detuvo a la vez que entró por la ventana una brisa templada que apagó una de las velas que los iluminaba y se llevó consigo su alma.  Doña Rafaela sintió cómo se desgarraban cada una de las fibras de su ser, mientras miraba el cuerpo inerte y sin vida de Pablo.  Ya sabía que esto iba a suceder, pero no ahora, no en este momento; no estaba lo suficientemente preparada, nunca lo iba a estar y lloró, lloró fuerte y con dolor, con coraje, con todo lo que no se había permitido sentir durante todo este tiempo. 

Doña Laura despertó abruptamente por el sonido de un grito. Cayó sentada en su cama de un salto y zarandeó a su marido, el señor Eladio, para que también despertara.  Un poco desorientado, el señor Eladio le preguntó a Doña Laura el motivo de su sobresalto.  Sucedía que había escuchado un grito y estaba segura de que no lo había soñado.  Caminaron rápidamente hacia la ventana más cercana y notaron que había una leve luz que alumbraba una de las habitaciones de la casa de Doña Rafaela.  Ambos se miraron en señal de entendimiento y con tristeza.  Entonces, Doña Laura comenzó a cambiarse la ropa para ir hacia la casa de Doña María y salir juntas a la casa de Doña Rafaela a brindarle consuelo y ayudarla con los preparativos del velorio de Pablito. 

Una vez el señor Eladio quedó solo en su casa, escuchó un sonido extraño proveniente de su finca que quedaba justo al lado; así que se dirigió al balcón para echar un vistazo más amplio al perímetro.  A distancia, logró divisar una silueta negra con varios sacos sujetos en su espalda y otros amarrados a un caballo.  El señor Eladio comenzó a correr hacia la figura negra que se disponía a robar sus preciados plátanos, mientras le gritaba vulgaridades propias de su exaltación.  El hombre corrió inmediatamente a su caballo y de un salto quedó montado; al cabo de unos segundos ya había desaparecido completamente.  El señor Eladio se detuvo jadeante a recuperar el aliento, mientras maldecía por lo bajo.  Lo único que alcanzó ver fue los sacos repletos de sus plátanos y la banda blanca que llevaba puesta el individuo en su cabeza.

Ya había despuntado el alba cuando Doña Rafaela comenzó a limpiar el cuerpo de Pablito  para luego vestirlo con la ropa blanca que siempre llevaba en las ocasiones especiales. Ya no lloraba, sus vecinas no demoraron en ir a socorrerla y le recordaron que por los niños no se deben derramar lágrimas, pues estas le podían humedecer sus alas y dificultarle su entrada al cielo.  Allá en la cocina, Doña Laura y Doña María limpiaban todo, de modo que la casa quedara impecable para la actividad que se había de celebrar posteriormente.  Más tarde, se apareció por la puerta el Padre Ramón a dar sus bendiciones y ofrecer palabras de aliento y ánimo.  Rezaron juntos una plegaria para asegurarle un buen camino al alma del niño y después cada cual volvió a su faena.

Confinado entre la arboleda de un bosque solitario y no tan remoto, se encontraba Oscar. Después de aquel encuentro tan cercano que tuvo durante la madrugada en pleno trabajo no se atrevía a salir a ninguna parte; tampoco había dormido, la inquietud de poder ser descubierto lo mantuvo despierto hasta ahora.  Levantó la vista hacia el firmamento e intentó calcular la hora. El día se veía brillante y hermoso, debía ser alrededor de las doce del medio día.  Respiró hondo y decidió que esperaría un rato más para salir y presentarse en la puerta de Doña Rafaela, y ver por primera vez a su hijo.  Ya lo había meditado lo suficiente y estaba listo.  Así que para matar un poco de tiempo se tumbó junto a un árbol y durmió.

Poco a poco iban llegando vecinos de distintas partes del barrio a la casa de Doña Rafaela para celebrar el baquiné de Pablito.  De los primeros en llegar fueron el Padre Ramón con uno de sus monaguillos, el señor Eladio, Don Manuel, el esposo de Doña María, con sus hijos; también estaban los hijos de Doña Laura y varios campesinos.  Enseguida sacaron el tiple, los güiros, las maracas y se dio inicio al jolgorio.  Se sirvieron aperitivos y bebidas que se pasaban de un lado a otro de la sala.  Las mujeres cantaban y los niños jugaban el florón.  Un espíritu vivaracho y alegre se fue apoderando de la casa de Doña Rafaela y todos estaban muy contentos, ya Pablo era un angelito y estaba de camino a encontrarse con el Creador, ya no quedaban motivos para llorar. 

Cuando Oscar pudo divisar la casa de Doña Rafaela se encontró con que estaba repleta de campesinos y se escuchaba el canto de las mujeres junto al sonido del tiple y los güiros.  Detuvo completamente su marcha para procesar mejor lo que estaba pasando.  Toda esta jarana solo podía significar una cosa, había llegado tarde y ya Pablo estaba muerto.  Ya sabía lo que pasaba cuando se morían los niños, lo había visto varias veces en otras casas. Se quedó hipnotizado y totalmente estático.  Nunca supo cómo era el sonido de su voz, ni de su llanto, nunca pudo ver su sonrisa; y peor aún, esa criatura se fue sin saber que él existió, pensó.  Si alguna vez le faltó el coraje para enfrentar su responsabilidad, ahora lo tenía todo para ir a conocer por fin a su hijo, muerto.  Así que sin más rodeos, continuó su camino.

En medio de la juerga, Doña Rafaela se encontraba conversando con el Padre Ramón y su monaguillo, a la vez que le servía bebidas a sus invitados cuando vio que por la puerta apareció Oscar.  Sintió un brinco dentro de su pecho, una punzada y con eso también sintió el calor de la circulación de su sangre por sus piernas.  Desvió la mirada, pretendió no verlo y continuó su conversación; no podía arriesgar que alguien le viera los gestos y descifrara toda la verdad.  Oscar hizo lo mismo y se abrió camino entre la gente y el bullicio hasta llegar a donde su hijo. Ahí permaneció inmóvil, mientras recorría con sus ojos cada detalle del aspecto del niño y se lo grababa en su memoria.  Su ropita blanca, las flores que adornaban su cabeza y su alrededor, su palidez, sus zapatitos azules, la inocencia de su rostro, sus manos inofensivas... Pablito era verdaderamente un ángel. 

A la vez que Oscar contemplaba con disimulada ternura paternal todos los detalles del infante, el señor Eladio conversaba con Don Manuel acerca del incidente ocurrido en su finca durante la madrugada, cuando su vista se tropezó con la banda blanca que había logrado distinguir en la cabeza del ladrón, la misma que llevaba puesta Oscar.  El señor Eladio, incrédulo, le señaló a Don Manuel el hombre del que hablaba y justo cuando decidió ir a confrontarlo, Jeremías, otro campesino, entró con un exquisito lechón a la vara y todos dirigieron sus miradas hacia él.  En ese momento Doña Rafaela paseó la mirada por cada uno de sus invitados e intentó imaginar que todo era un sueño, o una especie de realidad alterna.  De repente giró su cabeza y me miró con una sonrisa pintada en el rostro.  Parecía que me invitaba a entrar en su casa y celebrar junto a ellos, pero en ese mismo instante el cuadro se congeló ante mis ojos y todos permanecieron inmóviles.  Oscar contemplaba a Pablo, el señor Eladio lo señalaba enfurecido y Don Manuel solo escuchaba y observaba.  El Padre Ramón y su monaguillo miraban el lechón que acababa de traer Jeremías, al igual que lo hacían Doña Laura, Doña María y varios invitados más.  Los músicos se quedaron paralizados con el tiple, el güiro y las maracas en sus respectivas manos.  Los niños en el suelo tenían muecas de llanto y molestia en sus caras, los demás parecía que hablaban y cantaban. Cada cual estaba sumergido dentro de su propio espacio, de la misma manera en que yo lo estaba mientras observaba este cuadro plasmado en la pantalla de mi computadora. Ya tenía ideada toda la historia, ahora podía empezar mi trabajo.

November 19, 2020 /Sidney Marrero Albaladejo
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Obsequio

November 10, 2020 by Sidney Marrero Albaladejo

El viernes es mi cumpleaños y solo quiero una cosa.  No se lo he dicho a nadie, pero llevo pensando en esto desde hace un tiempo y la verdad es que no lo veo tan improbable.  A pesar de que por nada del mundo me atrevo a confesarlo. Ayer en el almuerzo fui a la cafetería y la cajera tenía uñas postizas filosas color blanco.  Me resultaron casi hipnotizantes y cuando puso las monedas del cambio justo en el centro de mi mano sentí un correntazo por el brazo.  Una vez más pensé en mi deseo y volví a caer en el espiral casi infinito del anhelo.  No tenía idea de cómo conseguir que sucediera y a esta edad ya nadie me da regalos.  Aunque yo siempre me doy obsequios, siempre.  Así pasé otro día más, igual que el anterior.  Más trabajo y en la noche ramen noodles, escuchar música y dormir.

Faltaban dos días para mi cumpleaños y todavía no sabía qué hacer.  Parezco un niño pensando en estas cosas, pero es que siempre me ha gustado celebrar las ocasiones de alguna manera. Otra vez me encontraba en mi balcón, después de un día largo, observando la tarde, tomando whiskey y escuchando música. Desde hace un año he cogido la costumbre de escuchar discos durante las tardes o las noches para mantenerme relajado. Ahora sonaba White Rabbit de Jefferson Airplane y se me ocurrió de repente que quizás esta vez pudiera pasarlo en algún sitio elegante, para variar. Poco a poco se iba revelando el panorama. 

Hoy ya es viernes y voy a ir al casino del hotel a jugar a la ruleta mientras fumo cigarrillos.  Encontré mi traje azul marino y mis zapatos de cuero color marrón.  En la entrada pensé que quizás pudiera intentar ser un personaje y que ese personaje no titubeara en pedir sus deseos.  Todavía lo estaba considerando cuando me senté en una de las mesas y puse mi apuesta sin analizar muchísimo.  Dos minutos después tenía el doble y respiré hondo para calmar mi impresión.  Con esta nueva energía bien pudiera ser otra persona por lo que resta de día.  A mi lado se sentó una mujer que parecía como de mi edad.  Vestía un traje color negro y enseguida se pidió un trago.  Tenía las uñas largas y filosas color blanco como las de la cajera de la cafetería.  Miré un poco de reojo para confirmar si era ella pero no lo era.  Terminé apostando por la fecha del día, los números 11, 10 y 12.  La escuché reírse discretamente y luego puso su apuesta junto a la mía en el número 11.  Dos minutos después teníamos el doble.  Sin duda la bola había caído en el número 11.  Nos miramos y sonreímos como si estuviésemos en una alianza.  Su semblante me pareció el complemento perfecto para las uñas blancas y filosas de sus manos delgadas. Dudé en continuar, pero las apuestas empezaron nuevamente y vi que ella apostó al 10 y al 2.  El 2 es mi número favorito y sentí un impulso de seguirla en esta ronda.  Dos minutos después teníamos el doble.  El 2 nos dio fruto y lo recogimos con mucho gusto.  Sentí su zapato contra mi pierna y me quedé inmóvil.  No sabía quién era esta mujer, pero no quise romper ese minúsculo punto de contacto.  Al momento de las apuestas la sentí mirarme como en espera de mi movida.  Aposté al 22 y al 38.  Uno de esos era mi nueva edad.  Ella apostó al 32 y me acompañó en el 38.  Dos minutos después teníamos el doble.  El croupier nos miró y yo me empecé a poner nervioso.  Decidí retirar mis fichas y cambiarlas por mi nuevo dinero.  Le avisé a mi vecina que iba a estar en el restaurante y la invité a acompañarme cuando quisiera.  

Allá en la mesa del restaurante seguía recordando las jugadas en la ruleta y la magia de las circunstancias.  Me quedé pensando en las uñas blancas y filosas de mi vecina desconocida.  ¿Pudiera ella cumplir mi deseo? ¿La volveré a ver?  Decidí probar langosta por primera vez y cuando llegó me la comí como en un trance.  No existía nada más en mi mundo que no fuese mi plato. No podía creer que había esperado tanto para probar tal delicadeza.  Cuando terminé de comer recién empezaba a caer el atardecer y decidí rentar un cuarto.  Fui a mi apartamento a buscar lo necesario y regresé en menos de una hora.  Me cambié a una ropa más cómoda y salí a caminar a la playa un rato.  No vi a la mujer por ningún lugar, pero la seguía recordando al lado mío en el casino, su presencia bien conectada con la mía.  Por un momento consideré que a lo mejor a ella le gustaría cumplir mi deseo y casi lo pude saborear. También consideré que a lo mejor ese no era el caso, quién sabe. No pasó por el restaurante, probablemente se olvidó, o estaba con alguien o simplemente así lo decidió. Pensar en alguien que no conoces es como un tipo de ejercicio mental. Tantos blancos que llenar, tantas posibilidades para imaginar, cada una con su cadena de eventos inevitables. Concluí que era mejor no romperse la cabeza esta vez.

Cuando llegó la noche me fui al balcón de mi cuarto a escuchar música y a tomar vino.  Al final es un día como cualquier otro, solo que es mi cumpleaños y me masturbé en el balcón mientras escuchaba a The Ramones.  Después ordené un ceviche por servicio a la habitación y me lo comí mientras iba por los canales del televisor. Nunca he sido de sentarme a ver cosas por mucho tiempo, al rato la mente me pide regresar a su flujo habitual. Por eso tan pronto terminé de comer lo apagué y me fui a dar un baño. De repente me sentí muy cansado y me fui a dormir sin mirar el reloj. 

Lo próximo que recuerdo es que estaba acostado en la cama de mi cuarto del hotel y la mujer del casino me miraba desde la puerta. La tenue luz de la luna que se filtraba entre los finos paneles de la cortina corrediza no me alcanzaba para divisar bien su cara pero sabía que era ella. Tenía las mismas uñas, pero ahora brillaban con un resplandor trascendental y no podía parar de mirarlas.  Cayó sentada sobre mí y vi en cámara lenta sus uñas acercarse a mi brazo.  Sentí la anticipación hacerse tan grande como las montañas y cuando su dedo índice empezó a subir por mi brazo izquierdo explotó en las cosquillas más electrificantes que haya podido imaginar en toda mi existencia.  Fue un éxtasis de electricidad que se movió por toda mi piel, por mi espalda, por mis brazos, por mi pecho, por mis piernas, por mis pies y hasta por todo mi cráneo.  Sentí el trazo exacto de cada una de sus uñas y el peso de su cuerpo sobre el mío.  La trayectoria de sus dedos dejaba detrás una huella vibrante que terminó por cubrirme entero.  Vi una mezcla de algo parecido a fuegos artificiales y puntos radiantes de muchos colores.  Hasta que se esclarecieron y volví a ver a la mujer sentada sobre mí con la mirada directa en mis ojos.  Tomó mi mano y lamió suavemente el espacio entre el pulgar y el índice.  Me sorprendió sentir una leve excitación por este gesto tan aleatorio e introduje mis dedos en su boca.  Recuerdo la humedad pegajosa de sus labios como si tuviera chap stick y la sensación de sus contornos en mi pulgar.  Mis dedos se adentraron en su pelo oscuro y llevé mi cara contra su cabeza. Desperté justo después a las 6:43am y no me moví. Con la vista en el techo repasé los sucesos que acababa de experimentar.  Me encontraba atontado por tanta sensación, pero estimulado por tanta peculiaridad.  Mi deseo se había cumplido.  Una vez lo entendí me senté y me eché a reír. Abrí la puerta del balcón y salí a mirar el océano, a pensar en mi próximo obsequio. 

November 10, 2020 /Sidney Marrero Albaladejo
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La tormenta

August 22, 2020 by Sidney Marrero Albaladejo

Empieza el saxofón y muerdo una Cliff bar con suavidad romántica.  Siento la materia que se desgarra, la parte interior de mis labios que roza la superficie recién quebrada.  Mastico rápido para sentir más sabor más sabor más sabor. Por supuesto que no hay luz. Estoy aquí sentá frente a la ventana mirando la tormenta y la música suena lenta.  Me voy a quedar en esta silla hasta que sea de noche, hasta que solo vea las siluetas de los árboles sacudirse, hasta que solo escuche el sonido. 

Hoy es sencillo, hoy voy a estar en la lenta mirando la tormenta.

August 22, 2020 /Sidney Marrero Albaladejo
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La casa del gángster

July 09, 2020 by Sidney Marrero Albaladejo

El 4 de julio fui a la casa del gángster. Se dice que para los años ochenta se encontraron drones de dinero enterrados en la propiedad y fue confiscada. La policía hizo huecos en las paredes y hasta en la piscina pequeña dentro de la casa. No dejaron ni un centavo, aunque me divierte pensar que quizás todavía queden unos cuantos y que el gángster esté sonriendo desde dondequiera que esté.

Llevaba años soñando con entrar y conocerla. Siempre la veía a lo lejos, tranquila y serena trepá en la peña. Me la imaginaba inalcanzable, pero en ese día absurdo, estacioné el carro y corrí hasta la entrada llena de un dominio total. Una vez más me encontré con que todo fue fácil, lleno de una gracia sobrenatural. Encontré el camino limpio y despejado, el castillo durmiente y acogedor, la vista de ensueño. Fuimos una brisa que entró y fluyó por cada recoveco sin dejar rastro. Al final, regresé al carro con la convicción ciega de que la magia existe. Y que si esa misma magia me trae varios millones la gángster sería yo y ese mi castillo.

July 09, 2020 /Sidney Marrero Albaladejo
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La sombra de los aviones

April 30, 2020 by Sidney Marrero Albaladejo

Antes de conocer a Frida yo ni pensaba que los aviones en el cielo tuvieran una sombra.  Pero un día que caminábamos de regreso a nuestras casas, luego de la escuela, a la vez que un avión pasó arriba de nosotras, el mundo a nuestro alrededor titiló, casi como si no fuera real y dije whoa.  Como si el ente encargado de cambiar la cinta en el proyector que muestra nuestras vidas se hubiese demorado en hacer el cambio lo que tarda el pestañear.  Yo di un brinco y quedé inmóvil sobre la acera, Frida estalló en celebración.  Me dijo que tendríamos buena suerte y enlazó su brazo con el mío.  Seguimos caminando y en el transcurso me explicó que ese era el mensaje que comunicaba ese fenómeno cada vez que se presentaba.  Se inventó esa creencia cuando tenía siete años y corría bicicleta por la urbanización, en una zona por la que pasaban aviones todos los días.  En cambio, más adelante, cuando pasábamos por la calle Mar, yo le enseñé que un par de tenis colgando de un cable entre postes significaba que había un punto de drogas por el área y eso no me lo había inventado yo.  Eso fue algo que le dijo mi hermano a sus amigos un día que me tocó caminar con ellos de regreso a casa.  Pensé que a lo mejor eso podía significar mala suerte pero no dije nada.

Tiempo después, el fenómeno de Frida se me empezó a presentar casi a diario.  La sombra de algún avión me cruzaba cuando menos la esperaba.  Cada vez me provocaba el mismo sobresalto y aunque ya no me paralizaba, todavía pensaba en proyectores y cintas, en la buena suerte y en Frida.  Era inevitable notar que a mí nunca me habían importado los aviones ni sus sombras, pero ahora las veía.  Aquella tarde, Frida introdujo un nuevo elemento en mi realidad y se permeó en ella para siempre con tan sólo contarme el secreto de esa ocurrencia inusual.    

Ya ha transcurrido casi una vida desde la última vez que vi a Frida y caminé con ella.  A pesar de que cuando nos despedimos nuestras puertas se quedaron abiertas, poco a poco dejamos de visitarnos y el polvo se acumuló en los estantes.  Entonces, en algún otro día, me vuelve a cruzar de sorpresa la sombra de un avión en el cielo y me quedo unos segundos sin entender si todo esto es un mensaje de Frida, de la vida o de las dos. Al final pienso en la buena suerte y sigo caminando.

April 30, 2020 /Sidney Marrero Albaladejo
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Paisaje

March 05, 2020 by Sidney Marrero Albaladejo

Eran las seis de la tarde cuando Catalina guiaba por la autopista y el atardecer se aparecía vestido de rosado.  Miraba la escena enmarcada desde el parabrisas de su Jaguar negro, el mismo que había heredado de la abuela.  Lo llevaba sin rumbo a 64 mph. Solo sabía que iba persiguiendo el atardecer. ¿Cómo carajos había llegado hasta aquí?, acabó por preguntarse.

Buscó a tientas con la mano pesada la cajetilla de cigarrillos en la cartera.  Se llevó uno a la boca y lo prendió con el encendedor del carro. Soltó una humareda por el cristal a medio bajar y respiró hondo.  De seguro Román ya se habría enterado, pensó. De seguro la llamaría en cualquier segundo, pero solo entró un mensaje de Laura. Se le cortó la respiración de tan solo ver su nombre y el tiempo se detuvo. Miró de vuelta el paisaje y entendió que esta vez estaba huyendo.

March 05, 2020 /Sidney Marrero Albaladejo
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El fraile que quería bailar

February 10, 2020 by Sidney Marrero Albaladejo

Hay vino y hay jazz africano. Hay baile y hay un fraile en la puerta con unas tenis puestas. Me mira de reojo y mi rostro se pone rojo. No por el fraile sino por el baile, por este son que me tiene el corazón corriendo como un león. Le digo que venga y que no se detenga, pero me dice que se tiene que ir a dormir y yo le digo que tiene que vivir, pero con todo y eso decide huir.

February 10, 2020 /Sidney Marrero Albaladejo
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Spicy Butt

February 01, 2020 by Sidney Marrero Albaladejo

El mercado negro siempre existe, dice mi vecina en la mesa de atrás y le creo. Desde la ventana justo al lado de nuestra mesa veo a un hombre salir del negocio de al frente con dos cervezas y se monta en su carro con ellas. El soundtrack de todo es la música india que sale de la bocina justo arriba de nosotros. Mientras tanto, me arden los labios y el paladar. Mi estómago no se decide entre si se siente raro o normal, pero le aseguro que esta comida es nuestra amiga. El plato que pedí se llama Gang Ped y es un curry rojo robusto con leche de coco, zucchini, zanahorias, pimientos y carne de res que me pone a sudar. Es sabroso, picante y me enseñó que otras áreas también pueden picar. Sé lo que me espera mañana en la mañana luego del café. It’s my spicy butt again.

February 01, 2020 /Sidney Marrero Albaladejo
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Hot Sauce

January 22, 2020 by Sidney Marrero Albaladejo

Ayer por la tarde salimos a correr skate en la urbanización. Me dijiste que tenías una calle bien smooth que enseñarme y comentaste que había una alcantarilla al final, pero olvidé ese detalle. Más tarde, cuando nos sentamos a descansar y a hablar en un lugar, notamos un sobrecito abierto y pisoteado de hot sauce. Pasamos a notar que estaba al lado de mi skate y que ambas cosas eran color rosita y acordamos que era una especie de sincronicidad. Después me llevaste a la calle y corrimos. Sentí mi velocidad aumentar y no hice mucho para detenerla. La voz me dijo que me podía caer, pero lo seguí. Entonces vi la alcantarilla al final y recordé que me habías dicho algo de eso. Ya iba muy rápido y supe que me iba a caer, que me iba a azotar duro y no sentí más que una extraña resignación. Fuck it. Puse un pie fuera de la skate y cuando tocó la brea me llevó la corriente, rodé y me pelé la piel. Me levanté rápido con un ardor extremadamente cabrón por el lado derecho de mi cuerpo. Recogí la skate en el patio de una casa y caminé hacia ti con el dolor caliente como hot sauce. El sobre de hot sauce en el piso. Ahí entendí que había sido doblemente advertida.

January 22, 2020 /Sidney Marrero Albaladejo
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Pequeños amores

January 13, 2020 by Sidney Marrero Albaladejo

Cuando regresé por la noche, el portón ya estaba abierto y fue más fácil entrar. El calentador ya estaba prendido así que podía meterme a bañar sin tener que esperar el agua caliente. En la ducha me fijé que había jabón nuevo para que no tuviese que salir desnuda y mojada a buscar uno. Vi cómo me apreciabas, sonreí y di gracias.

January 13, 2020 /Sidney Marrero Albaladejo
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Viendo a Bob Ross en el party

December 21, 2019 by Sidney Marrero Albaladejo

Mientras veía a Bob Ross en el televisor en medio del party entendí varias cosas. Hizo un pino que no tenía ramas en un pequeño tramo y pensé que pintar es como escribir. El pino no tenía que ser nada. No era necesario que tuviese un área sin ramas, pero ese pino particular sí la tenía. Como a la gente que no le sale pelo en ciertos lados y a otras sí, pues a ese pino no le salieron ramas en ese tramo. Entendí que detalles como ese son los que hacen las historias.

December 21, 2019 /Sidney Marrero Albaladejo
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Barra trashy

December 06, 2019 by Sidney Marrero Albaladejo

Fui a una de las barras trashies que me gustan y me pedí un Cosmopolitan. Usualmente no pido tragos, pero le tenía ganas desde la semana pasada. Me gusta observar las paredes de esta barra porque están totalmente escritas con muchos nombres, años, amores, palabras, frases y algunos dibujos. Hay cosas escritas sobre cosas sobre cosas sobre cosas y algunas paredes parece que sangran. Las letras seguían hasta el techo, pero no lo ocupaban totalmente. Me pregunté cómo esas letras llegaron hasta allá arriba. ¿Fue mientras el bar estaba abierto? ¿Quiénes fueron? ¿Fueron empleados o personas allegadas de la administración? ¿Cómo es que se llega a decidir escribir algo en un techo? ¿Yo puedo escribir algo en el techo?

No podía dejar de notar los espacios más improbables y recónditos llenos también de letras. Tampoco podía dejar de sorprenderme la determinación que animó a todas estas personas a escribir en lugares extraños. Me hubiese gustado preguntarle a la bartender sobre esas cosas.

December 06, 2019 /Sidney Marrero Albaladejo
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Sola en el buffet chino

December 04, 2019 by Sidney Marrero Albaladejo

Me quedé sola en el buffet chino y siento que es mío. Es miércoles en la tarde y he estado dando vueltas porque es mi día libre. Vine a aquí porque no podía decidir por nada del mundo si quería comer sushi o ramen o qué. Pensé que en este sitio habría un poco de todo, pero no veo el sushi. Realmente no esperaba que tuvieran el ramen. Estoy en mi segundo plato. Hay un poco de sopas con fideos, zanahorias, pimiento y lo que presumo es lechuga. Siento que ya pudiera irme a casa, pero también siento que debo sacar un poco más de mis $14 por comida y refresco. Me siento defraudada por la gran hambre que pensé que tenía.

December 04, 2019 /Sidney Marrero Albaladejo
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En el Jardín Botánico

November 14, 2019 by Sidney Marrero Albaladejo

Llegamos a un lago en el Jardín Botánico y estamos sentados frente a él. Está todo cubierto con unas plantas que tienen hojas anchas que apuntan hacia arriba. Parecen repollos. Sabemos que es un lago porque vimos el agua por el lado del camino mientras caminábamos. Creo que nunca había visto un lago cubierto por plantas así. Me da mucha curiosidad cómo se mantienen a flote, cómo se nutren, cómo llegaron hasta ahí para empezar. La sombra nos la da una cortina de bambúas que están inclinadas hacia al frente como para formar un arco, pero al otro lado no hay bambúas que hagan lo mismo. Solo está el lago, con sus plantas que no conozco y las mariposas que se posan en ellas. Escucho las hojas revolotear por el viento y si cierro los ojos y olvido donde estoy, el sonido bien pudiera ser de alguna corriente de agua y automáticamente siento menos calor.

November 14, 2019 /Sidney Marrero Albaladejo
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La oficina

November 13, 2019 by Sidney Marrero Albaladejo

La oficina es un cuarto de mi casa. Es la puerta al final del pasillo. Cuando entro y me siento en mi escritorio a bregar digo que estoy haciendo office work. Ahí es que me gusta tomar el café por la mañana y leer, también me gusta escuchar música.

En la oficina se hace trabajo creativo. En mi caso, es un ciclo de actividades que van desde escribir, dibujar, leer y hacer research misceláneo. Usualmente tomo sparkling water y a veces como mentas mientras hago esas cosas. El horario de la oficina cambia todo el tiempo, pero no importa, porque casi siempre visito al principio y al final del día. Además llevo una foto en mi celular por si acaso.

November 13, 2019 /Sidney Marrero Albaladejo
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Salad Bar

November 04, 2019 by Sidney Marrero Albaladejo

En el salad bar hay una mujer que dice que los macarrones con queso están bien feos. Pero se los sirve de todos modos y vuelve a repetir que están feos. Si el chiste no se contó solo, pues quizás no estés de humor.

El salad bar a esta hora está vacío. Un lunes en la noche a menos de dos horas para cerrar. Los ruidos ya son contenidos. Casi reina el silencio. La música es tranquila y siento el ambiente un poco triste. Siento las personas cansadas. Cuando entré la mujer que me vio llegar me dio las buenas noches con la voz mínima. Desde que la vi sentí que no tenía ganas de recibirme o hablarme, pero aún fue cortés. Yo tampoco he querido hablar en determinados momentos. Nada personal. Desde mi ser les desee a todos que pudieran encontrar lo que buscan. Yo por mi parte encontré el rico jamón cortadito de siempre, pedazos de huevo frío, gloriosos macarrones con queso, deliciosa sopa de vegetales y exquisita ensalada con tanta cebolla lila que me ardió la nariz y aprendí algo nuevo. Les veo otra vez el mes que viene.

November 04, 2019 /Sidney Marrero Albaladejo
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